SEVILLA – ESPAÑA
Teatro de La Maestranza
Ciclo de Jóvenes Intérpretes
UN PIANISTA EXCELENTE ****
Juan José Roldán
Un joven pianista madrileño inauguró el tradicional ciclo de la maestranza que sirve de escaparate para artistas emergentes.
Suele ocurrir que los artistas invitados por el Maestranza en este ciclo de Jóvenes Intérpretes, que por fin esta temporada vuelve a programar tres conciertos en lugar de dos como venía siendo habitual en los últimos años, preparen su presentación a conciencia, con mucha dedicación y seguro que un buen número de ensayos, hasta el punto de que se traen las partituras aprendidas de memoria. Así ha sucedido con Leo de María, que a juzgar por la página web del teatro y el programa de mano ha cambiado su nombre artístico en apenas unos días, de Leonel Morales Herrero a Leo de María, seguramente para prescindir del segundo apellido sin tener que confundirse con su padre, también maestro pianista. También sucede que hay menos público interesado en estos intérpretes aún desconocidos; una lástima porque pierden el enorme placer del descubrimiento y la frescura. Si además coincide con un período de mucha actividad en el Maestranza, el resultado es un aforo tan desangelado como el de esta ocasión.
Eso no pareció afectar al rendimiento del pianista, que con un amplio currículo a sus espaldas se mostró como un fuera de serie, entregándose en cuerpo y alma a un exigente y complicado programa diseñado para demostrar sus virtudes en lo técnico y en lo expresivo, que no fueron pocas. Decidió desgranar el programa en sentido estrictamente cronológico, empezando con la suite Humoreske de Schumann, toda una sucesión de emociones, a veces contrapuestas, en la que el compositor exhibe su frustración ante la negativa de Friedrich Wieck de concederle la mano de su hija Clara, y con la que de María se mostró tan afectuoso, por ejemplo en la hermosa melodía de arranque, como vertiginoso en sus continuas escalas y figuraciones, alternando vivacidad e impetuosidad con lirismo y sensibilidad, con un uso controlado de pedales y suspensiones. El habitual torrente de notas que suelen caracterizar las piezas pianísticas de Liszt se saldó con una versión muy competente, apasionada y dramática del Vals del Fausto de Gounod que Liszt adaptó a partir del final del primer acto y la escena de amor del segundo de la ópera homónima.
Tras una emotiva y atmosférica interpretación del dilatado cuadro goyesco El amor y la muerte de Granados, destilando expresividad y mostrándose muy ensimismado, llegó al final con un sensacional La Valse de Ravel que salvó con una apoteósica grandeza y una digitación precisa y transparente, y en la que supo combinar suntuosidad y grandeza con misterio y decadencia, mostrándose sensual y seductor y superando así el fatigoso reto que esta página y todo lo anterior supone. En las propinas incluyó una colorista y muy en estilo Malagueña de Lecuona.
Lunes, 3 de diciembre de 2018.
El Correo
CONTUNDENTE PIANISMO
José Amador Morales
El tradicional ciclo del Teatro de la Maestranza dedicado a jóvenes intérpretes ha comenzado esta temporada con la presencia de Leo de María y concluirá próximamente con sendas citas del también pianista Álvaro Campos (con un interesante «todo Debussy») así como del Cuarteto SQ4. Conocido también como Leonel Morales Herrero, Leo de María es hijo del pianista cubano Leonel Morales, también presente en la Sala Manuel García acompañado por Pedro Halffter, quien evidentemente ha guiado sus primeros pasos como concertista si bien en la actualidad sigue las indicaciones de Pavel Gililov.
En esta ocasión, aunque el programa era extremadamente exigente, casi osado, e intenso como pocos, el pequeño recinto del teatro sevillano presentaba una entrada bastante mediocre. Una lástima pues el recital deparó sin duda una grata sorpresa habida cuenta de la valentía y audacia de la actuación del pianista madrileño.
Tras dirigirse al público para informar de la modificación del programa y reajustarlo con un orden cronológico, una contundente –por sonoridad– y nada liviana Humoreske de Schumann, fue la obra con la que Leo de María asumió el reto de iniciar el recital y que ya le valió, entre otras, el primer premio en la última edición del concurso de piano de El Ferrol. Si le quedó un tanto bisoña en la expresión del convulso y romántico mundo interior schumanniano («he pasado toda la semana en el piano, componiendo, escribiendo, riendo y llorando, todo a la vez.: encontrarás todo ello cuidadosamente escrito en mi opus 20», llegó a escribirle a Clara) y algo académica en lo formal, fue más por contraste por lo que demostró posteriormente. Fue el caso del cierre de la primera parte, con el conveniente desmelene virtuoso en el Vals de Fausto de Fanz Liszt, su genial paráfrasis dela escena del primer acto de la ópera Fausto de Gounod así como con sus extremos registros y dinámicas, en el que Leo de María lució su importante técnica no exenta de musicalidad.
La vuelta del descanso deparó, sin embargo, lo mejor de la velada. «Por fin encontré mi personalidad: me enamoré de la psicología de Goya y su paleta» llegó a señalar Enrique Granados a propósito de sus Goyescas, obra pianística cuyo éxito le llevó a convertirla en una ópera que sería estrenada en el mismísimo Metropolitan de Nueva York y a cuya vuelta moriría ahogado tratando de salvar a su querida Amparo. Precisamente paleta –en este caso pianística- y un sutil sentido del color no le faltó a De María en El amor y la muerte del compositor catalán, dotando a la pieza de un atinado sabor castizo dentro de una cuidada sobriedad emotiva. Pero lo realmente extraordinario vino con un La valse de alto voltaje expresivo en base a sus acertados claroscuros y diáfanas texturas. Con esta partitura de Ravel el pianista de veintitrés años remató un recital al que añadió dos propinas (entre las que destacó la célebre Malagueña de Lecuona, aquí inevitablemente idiomática) dada la respuesta de un público entusiasmo.
Lunes, 3 de diciembre de 2018.
Codalario. La Revista de Música